Segunda lectura del reto “Todos los
clásicos grandes y pequeños” de Las Inquilinas de Netherfield, clásico de 200 páginas o menos.
Virginia
Woolf escribió este ensayo para un ciclo de conferencias sobre la literatura y
la mujer.
Aunque
utiliza un narrador ficticio, la autora expresa su opinión sobre las mujeres y
su labor como escritoras. Parte de la premisa de que las mujeres para poder escribir
necesitan una habitación propia, es decir, independencia económica y personal.
Económica porque era difícil que pudieran vivir de la escritura si no tenían otros
ingresos. Y personal porque a principios del siglo XIX era extraño que una
mujer tuviera una habitación propia, a menos que perteneciera a una familia
rica.
Además
inventa la existencia de una hermana de Shakespeare, Judith, una mujer que,
suponiendo que hubiera tenido el mismo talento que su hermano, habría llevado
una vida muy distinta porque, probablemente, no la habrían dejado dedicarse a
escribir, ni la habrían tomado en serio.
Me
ha resultado una lectura muy amena e interesante, de la que se pueden destacar
reflexiones como las siguientes:
“Durante
todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso
poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural […] Por
eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad
de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de
agrandarse”.
“Dentro
de cien años, pensé llegando a la puerta de mi casa, las mujeres habrán dejado
de ser el sexo protegido. Lógicamente, tomarán parte en todas las actividades y
esfuerzos que antes les eran prohibidos. La niñera repartirá carbón. La tendera
conducirá una locomotora. […] Suprimid esta protección, someted a las mujeres a
las mismas actividades y esfuerzos que los hombres, haced de ellas soldados,
marinos, maquinistas y repartidores”.